Sabía que enamorarme de él me complicaría la vida, por eso una duda desconcertaba mis ideales de si existía el amor. ¿Acaso merecía la pena esperarle sin a penas saber su nombre? Habían pasado dos inviernos, dos primaveras, dos veranos y dos otoños, y estábamos viviendo la tercera parte de una película que no terminaría con el típico final feliz. Nunca jamás había creído en esa porquería de enamorarse del físico, del amor a primera vista, pero su mera existencia me hizo dudar de todo mis ideales; me hizo dudar de lo que sabía que era cierto, y de lo que también sabía que era pura mentira. Su simple presencia me provocó esa sensación de conocerle de toda una vida, pues en su cálida mirada color miel pude interpretar que no se trataba del típico chico estúpido del que solía caer rendida, el que anteponía ser una modelo de Victoria's Secrets a cualquier persona con un poco de personalidad. Y entonces me sonrió. Y su sonrisa me hizo creer una vez más que la dulzura no solo se encontraba en las pepitas de chocolate. Y que entre pequeños lunares podría crear mi propia constelación. Me di cuenta que se parecía de una forma irrealista a uno de los personajes ficticios románticos de los que solía enamorarme. Aquellos que daban su propia vida por la protagonista para salvarla del peligro, aunque el prefería llevar consigo un arma y asegurarse de cualquier monstruo no pudiera invadir mis pensamientos. Parecía que de alguna manera, los planetas se habían alineado desconcertantemente, o es que sencillamente me había enamorado. Pero si esto definía el concepto amar, aún siquiera sin conocerle, no me importaba hacerlo; ni la más impertinente pregunta cambiaría lo que sentía cuando se encontraba cerca. Renegaba del tiempo, no me importa esperar, lo haría; esperaría diez mil años si hiciese falta. Ahora entendía porqué a los personajes de los libros les resultaba tan difícil despegarse de su amor prohibido; ahora entendía porque se les hacía tan difícil a los personajes de las películas soltarse de la mano antes de tomar el tren; ahora entendía porque se abrazaban como si fuese lo único importante en aquel preciso instante; ahora entiendo lo que se siente cuando el amor invade hasta la más pequeña célula de tu cuerpo.
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