Parecía que mientras caminaba metafóricamente por la vía de la vida, tenía la cabeza sobre los hombros. No negaría el hecho de ser culpable de haber sentido un cosquillo en el estómago por alguien, tampoco contradeciría que podía haber sido durante demasiado tiempo, pero probablemente esa persona estuviese a tan poco de mi alcance, que desde la distancia de ese amor imposible muchas veces me habría preguntado lo bonito que sería contemplar el cielo estrellado cada noche junto a él, pero jamás había pensado en lo duro que sería decirme a mí misma "sí", sí, quiero estar con esa persona durante el resto de mi vida.
Ahora, justo en este instante que tengo al alcance una historia de amor tal y como la de los libros, con un chico que es capaz de ofrecerme hasta la luna, lo desperdicio todo. Y me preguntáreis por qué, por qué una persona como yo que lo podría tener todo, no tiene nada. Por qué rechaza el sueño de toda su vida, ¿y sabéis qué? Que ni yo misma sería capaz de responder esa pregunta.
A lo largo de mis dieciséis años (casi diecisiete), me han gustado varias personas, lo normal diría yo. Una adolescencia en la que tienes curiosidad por saber qué se siente, en la que muchas veces te has sentido presionado por ser el único que no ha hecho algo que todo el mundo SÍ ha hecho, el raro, pero el mismo que marca la diferencia entre los demás. Y nunca he podido decir que estaba enamorada, me atrevería a decir que esas personas que han pasado por mi vida ni siquiera me gustaban, pero he llegado a un punto en mi vida que no sé diferenciar mis sentimientos entre sí. Mi mente me dice una cosa, y el corazón dicta otra, son como el casco izquierdo y derecho peleándose en mi bolsillo, y estoy cansada. Porque no sé lo que verdaderamente siento, porque la riña continua entre la racionalidad y los impulsos me están matando: solo soy una víctima más de mi propio desastre. Pero el problema no queda ahí, sería algo secundario si solo yo estuviese involucrada, si fuese la única que estuviese destrozada por su propio caos. Pero no, estoy hiriendo a una de las personas que más me importan. Esa persona con la que he compartido cuatro años de mi vida, a la que he considerado mi mejor amigo por ser consciente de lo que pasaba continuamente en mi día a día, y que por muchas peleas que hubiesen surgido entre nosotros, sabíamos salir de ellas con bastante éxito, porque él siempre ha sido mi apoyo. Es él, quién ha evitado en todo momento que tropezase y cayese, quién me ha acompañado a casa a altas horas de la noche con esa incertidumbre de "¿y si le pasa algo por mi culpa?", quién ha cedido en variedad de ocasiones por mí, de ese 0,1% que
Porque ahora tengo tu aroma impregnado en mi ropa, y mi mente me recuerda que he estado contigo, quizás más cerca de lo que debería, solo quizás.
Hay ciertos puntos que marcan la diferencia entre amistad y amor, nosotros estamos en los matices del verde y el rojo, en las tonalidades de un "es complicado".
Dicen que las relaciones entre mejores amigos son las que suelen terminar bien, más probabilidades de lo normal para decir que podríamos funcionar, pero, ¿y si somos ese pequeño porcentaje que testifica el "no" de la teoría? No estoy preparada para que te alejes de mí, pero mucho menos para dar un paso a tu favor, porque no soy otra cosa que un huracán. Una granada que destruye todo a su paso, y nunca quise ser la culpable de que sufrieras, no dos veces.
Pocos sabéis que soy una loca de la astrología, que me chifla todo aquello que resulte ser un enigma, y que también creo en el destino, en la serendipia y en las compatibilidades entre los signos. Él un signo de aire, y yo un signo de agua; así que no estaría de más decir que los signos de agua y aire no están hechos el uno para el otro, pero siempre hay un caso que confirma la excepción. Es ahí dónde él entra y mueve todas mis fichas, otra vez. Se dice que cuando el signo lunar (el que especifica los sentimientos profundos de la persona) es un signo de agua, las probabilidades son muy acertadas, ya que pocas personas son capaces de entender a un Escorpión. Y sí, él lo era, él era de esas personas contadas con los dedos de una mano que sabía cómo hacerme sentir bien, porque me comprendía, y no, no me hacía falta leerlo en una página de internet, porque aunque estuviese escrito en las estrellas, él me demostraba cada día que podía cuidarme y protegerme de cualquier cosa que me hiciese daño, porque podríamos ser juntos Cuatro y Seis, dos números pares que debían estar juntos pero que no podían porque el Cinco estaba de por medio; porque siempre hay algo que detiene las buenas vistas al sol.
Era él, quién me conocía tal y como conocía la palma de su mano, pero incluso las personas observadoras, dudan. Nunca he sido de expresarme bien a la hora de hablar, por esa razón siempre he elegido el escribir como mi forma de expresión, y a su vez, como una vía de escape. Pero a estas alturas ni escribiendo podría huir de la realidad, ni sé como decir que te quiero y te odio al mismo tiempo.
Te quiero culpar de este conflicto en mi interior, porque has puesto mi mundo patas arriba y ahora no sé mirar hacia arriba sin marearme; porque has hecho un desbarajuste de todos mis pensamientos; desde aquel día que apareciste en mi vida has cambiado mi realidad por completo.
Y sí, te quiero culpar, pero, ¿cómo podría hacerlo sin apuntar el dedo hacía mí?
No quiero que esto sea una despedida, no diré adiós. Y puede que sea una indecisa con los conceptos del amor enredados entre sí, pero hay algo que sí que sé: y es que no quiero que me dejes nunca.
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