Y entonces me di cuenta que te echaba de menos. Que aunque caminase más deprisa, los segundos pasaban más lentos, y que entre mis pensamientos albergaba una pequeña luz de esperanza, en la que me sorprendías con tan solo tu presencia apareciendo de cualquier parte. Porque necesitaba que mis ojos color avellana se centrasen en tus andares al caminar, con las manos escondidas en tus bolsillos, o en tu media sonrisa, o en la satisfacción de tu cara al pillarme por sorpresa, lo necesitaba solo para que mi mente dejase de imaginarte, tal y como lo hacía a cada instante del día.
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