A veces te deslizas por el pasado entre flashback y flashback hasta que te remontas a aquel en el que piensas a menudo tumbada en la cama mientras miras a la nada y te invade ese sentimiento de nostalgia. Y ansías volver a él como cuando te despides de una persona y no se te pasa por alto tachar en el calendario los días que quedan para el próximo reencuentro. Con las mismas ganas -y el mismo deseo-, escribo yo esta carta, evadiéndome de la morriña que me provoca pensar en lo que pasó y no volverá a pasar.
Y a veces tengo la necesidad de ir pisando meticulosamente para no joder -como de costumbre- el recuerdo cuando se me da la oportunidad de volver a revivirlo entre las mismas paredes pero en una fecha y una hora totalmente distinta. Y me vence el pánico. Me gustaría que las cosas no cambiaran, que las personas no decidieran empeorar con el paso de los años, pero no hay remedio ni límites que puedan evitar lo que ya está previsto.
No quiero acabar estropeando mi memoria, no quiero que los bonitos recuerdos pasen de un color anaranjado y cálido a un color azul y frío; no poder volver a ellos tal y como los viví por primera vez, que queden manchados de un sentimiento tan pobre y mustio.
No, no quiero ensuciar mi vestido preferido para siempre.
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