viernes, 13 de noviembre de 2020

Siempre

Hoy, veinticinco de octubre, aún me dejo llevar por el sabor agridulce de la nostalgia. Anclada a episodios de antaño que, en la eterna y oscura noche, suelo observar por el espejo retrovisor del pasado. Me encanta como suena la palabra "siempre", sobre todo cuando la escucho decir a voces de otros, convenciéndome de que esta vez será distinto. Me pregunto cómo es posible que pase el tiempo así de rápido, dónde quedaron todas esas promesas que nos juramos, cuándo decidimos olvidarnos de lo que fuimos. Lo admito, hablo sola cuando te echo de menos. Solía perderme en tus torpes movimientos de baile, en la manera en la que te quejabas cuando no conseguías que algo se hiciera a tu manera, y en las innumerables carcajadas que todos soltaban cuando tú estabas allí. Caigo en la falsa esperanza de vivir bajo eternas promesas, en las que me perdí con tan solo pensarlas, cuando a veces "para siempre" es tan solo un segundo. Y todo lo que nos quisimos decir ha quedado atrapado en las tristes páginas de mi diario, en las que te busco constantemente, con tus largos mechones de oro, y tu arrebatadora sonrisa. Crucé los dedos, una y otra vez, porque temía que las cosas se tornaran de blanco y negro. Supongo que nunca imaginé que las cosas se volverían un completo desbarajuste. Idealicé la vida, y te idealicé a ti, creyendo que la vida sería un pelín más sencilla si estábamos juntas. Te recuerdo como si pudiera volver en un flashback a nuestra canción, aquella que cantábamos a pleno pulmón un día cualquier de noviembre; te recuerdo temiendo la oscuridad cuando se apagaban las luces; pero, ante todo, te recuerdo siendo feliz. Y, abro el álbum de fotos, y te veo ahí plantada. Tengo la misma sonrisa, incluso la misma mirada. Pero parezco distinta. Supongo que siempre imaginé que la vida sería sencilla como cuando tenía cinco años, atrapada en esa infancia sin migrañas. Vivo bajo las eternas promesas que me hice, y nunca llegué a cumplir. Por eso, te pido disculpas. Echo de menos la manera en la que me alborotaba el pelo en un intento de parecerme a Mónica Naranjo, cuando me cruzaba de brazos ante la idea de llevar coletas a cada lado, las risas de los que estaban allí cuando soltaba algún comentario ingenuo. Pero, los "siempre" nunca fueron inmortales. Porque, el tiempo pasa, y las personas cambian. En esta pelea entre el pasado y el presente, no lucho por encontrarte, sino por encontrarme. Pero, la nostalgia no deja de ser un caramelo envenenado, al que quitar el envoltorio y degustar una y otra vez, en bucle. Destrozando nuestro árido presente, como si pudiéramos volver a ser. 

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